lunes, 29 de julio de 2013

La casa de todos de Juan Laborda Barceló

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En este cuento largo, que no novela, Juan Laborda narra una serie de historias dentro de una historia, ambientadas en el final de la guerra civil en Villafamés.  Pueblo castellonense hoy ocupado por artistas y con un importante museo de arte contemporáneo, al final de la guerra sufrió una serie de virulentos ataques de la aviación, que llevó a sus habitantes a refugiarse en unas cavernas cercanas.
El clima y el tono de la narración recuerdan aquella maravillosa película de Víctor Erice El espíritu de la colmena, aunque la época sea ligeramente posterior, ya en la posguerra. Encontramos aquí muchas historias contenidas: la de doña Ana y su difunto marido, las de Ramiro, Paulino, la Lozana, el amor entre María y Alonso Goyanes, la del Chispas, la del detente bala, la del General Aranda, en suma, una colección de personajes desnortados, silenciosos, abrumados por la situación general, el miedo, la ansiedad, la lucha por la supervivencia…
El relato discurre en un tono pausado a lo largo de ocho capítulos, donde van añadiéndose personajes a la vez que suman capítulos. En el primero nos presenta a la protagonista principal, la viuda doña Ana que vive con su ama de llaves Visitación. Y aparece el siguiente, Ramiro, el cura del pueblo devenido en seglar por purito miedo a lo que le pudieran hacer los milicianos. En el segundo aparece el jovencísimo sobrino de Don Cesáreo, Paulino, que ha de ocultarse y refrenar sus ansias guerreras.  Como los ataques cada vez son más fuertes, deciden finalmente arramblar con la poca comida que les queda e irse a la cueva que hay en las cercanías, donde encuentran a medio pueblo ya instalado. La vida en la caverna tiene sus normas, un jefe (Manolo) y todos han de pasar por aceptar lo que hay en la pequeña comunidad cavernícola. No son precisamente comodidades, pero todos se apañan como pueden y comparten lo que tienen.
Y en los días que pasan en la penumbra, van a ocurrirles muchas cosas, que sorprenderán a doña Ana y a su vez ella sorprenderá a los demás con unas intervenciones memorables. La comunidad recupera la tradición oral, la narración alrededor de la fogata. Y trata de, sumergiéndose en el relato, olvidar el continuo fragor de los bombardeos. Por otra parte, Don Cesáreo, el maestro, aparece un día con una sorpresa que animará y entusiasmará a todos. Tanto unos como otros, además de comer (poco, porque poco era lo que había) lo que ansiaban era olvidar la guerra, vivir otras vidas y es precisamente la ficción la única medicina para esa enfermedad.
Así, semejante a los pobres presos de la película Los viajes de Sullivan, que disfrutan ingenuamente viendo a Mickey Mouse, y olvidando por una hora su pesadilla cotidiana, en la caverna de Villafamés sus pobladores  disfrutan con cuentos y con imágenes que les sacan de su malvivir. Un capítulo final, acabada ya la guerra, vuelve a poner un cierto orden en las cosas, un orden que puede no ser el deseado, pero orden al fin, que acaba con el continuo horror de una guerra fratricida.
Una idea general se desprende del cuento, a modo de parábola social: en situaciones extremas, tendemos a sacar nuestro mejor lado y a ponernos de acuerdo para sobrevivir. No sé si debemos tomarlo como una realidad o más bien como un deseo: siempre hay buena gente, en un bando como en otro, y hay que sacar a la luz lo mejor de cada uno en vez de enfrentarse. Esa sería la moraleja del cuento, en mi opinión. No sé si es realizable, pero al menos el autor lo intenta con su relato. Una cuidada edición, con un cierto tono decimonónico en las pequeñas ilustraciones de sus páginas, pone el toque final.

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